Evocar lo que no sucedió
Hoy escribo, hace mucho que no lo hago, leo, creo que vuelvo a leer con la misma compulsión que cuando era adolescente (espero que con más tino, eso si) y a ratos me acucia la necesidad de escribir, pero la acallo con pequeños correos, con cartas inmóviles en el limbo de la correspondencia, en ese borrador eterno. En uno de esos ratos me digo que quizá pueda poner algo de orden en este cuaderno y dejar caer otra hoja suelta, camino de un purgatorio y abandonando el limbo.
Desde el fin de semana pasado una de esas lecturas me empuja apremiantemente, así que me dejo llevar. Es el primer libro de narrativa que leo de Javier Cánaves, “La historia que no pude o no supe escribir”, y es importante esta puntualización porque con anterioridad ya me había empapado de sus versos en varios de sus poemarios. Javier Cánaves está a punto de publicar una nueva novela, “Los artistas”, y quería seguir un orden cronológico con su narrativa, cosa que no lleve a cabo con sus poemas, mi camino hacia su poética transcurrió en sentido inverso, desde un presente hacia un pretérito lírico.
La novela cuenta un viaje, pero no sólo un viaje que nos traslada de un lugar a otro, es también una huida y un encuentro, es un sendero que se abre desde la juventud hasta la necesidad de entrar en las reglas del juego y asumir la edad adulta. Su protagonista, narrador y dueño de los hilos que se manejan a lo largo del relato, corre por ese sendero sin saberlo, sin ser plenamente consciente de que su realidad esta cambiando, modificándose con cada paso que da. O tal vez si, pero desde la perspectiva que concede el presente a la memoria, desde la realidad que puebla a los recuerdos, aunque nunca podamos estar seguros de que esos recuerdos no son fantasmas que hemos imaginado.
Es un relato bello y triste, extremadamente bello y triste. La poética de su autor acompaña todo el relato, va dejando un reguero de pensamientos llenos de delicadeza y tocados por la pesadumbre y la melancolía, en especial cuando Alicia, la mujer fantasma, la mujer soñada, la mujer de todas las caras, habla, en esos diálogos se concentran reflexiones y se establecen las claves y pautas del relato,
“Estoy hablando de la belleza, de la capacidad de dejarnos herir por ella.
¿La belleza?
Quién nunca ha fantaseado con la propia muerte es incapaz de dejarse herir por la belleza.
La belleza y la muerte. Tiene sentido.
Nada lo tiene. Pero resulta alentador pensar lo contrario.
La belleza, el modo de apreciarla o de vivirla, dependiendo de la edad. Al principio identificamos belleza y alegría, pero con el paso del tiempo la cosa cambia. Después no resulta complicado escribir en una misma frase las palabras ¨muerte¨ y ¨belleza¨. Será porque cerca del final, me refiero al final de algo que creímos importante, agudizamos nuestra capacidad perceptiva”
Javier Cánaves nos hace transitar por un paisaje desolador, gran parte del relato transcurre en Fuerteventura, coincidiendo el desierto y la soledad de la mirada externa del narrador con su vacío interior, con su enfermedad sin cura, con su soledad poblada de derrotas. También es una historia de amor, un amor condenado al fracaso y al suicidio porque “Sólo el amor puede salvarnos, pero al final lo único que hace es destruirnos”.
No es una novela fácil de leer, primero porque es triste e incluso, cruel, segundo porque exige del lector atención, se mueve en un mundo de idas y venidas del presente al pasado y para no perder el hilo argumental hay que dejarse llevar al universo construido por el autor, seguir los secretos que nos va desvelando y entrar en el juego del flashback de su mano.
Lean, lean “La historia que no pude o no supe escribir” y comprueben si aún quedan instantes que exprimir entre sus manos o si ya han agotado todas sus renuncias…