Me gustaría poder explicar que es la poesía, pero ya no tengo dieciseis años, en aquellos tiempos pensaba que lo sabía
todo sobre poesía, me hallaba en poder del milagro insólito del conocimiento de la poesía. Con el tiempo y la lectura, siempre compulsiva y alborotada, saltando de Cavalcanti a Novalis, de Byron a Bukowski, de Eliot a Kavafis, de Baudelaire a Shakespeare, de Pessoa a Bashô, sorbiendo y apurando hasta el último trago la poesía en castellano, Manrique, Siglo de Oro, romanticismo, generación del 27, exilio interior, novísimos, latinoamericanos... sabiendo que mi tiempo acabará antes de terminar mi ansía de ver y sentir a través del texto poético, me fui dando cuenta de que no sabía absolutamente nada de poesía, y puedo aseguraros que ahora estoy convencida de mi total y rotunda ignorancia.
Para mi la poesía no admite explicaciones, no habla porque su esencia son sus silencios, he dejado de intentar entenderla y buscarle los porqués para dejarme arrastrar por ella, para que pase sobre mi mente y mi cuerpo como una ola impetuosa, limpiando las frías soledades que me atraviesan como ventanales rotos, acompañando mi senda cubierta de magnolias en los días que las nubes se pierden en el horizonte.
Pero no me importa no saber nada de poesía, sólo me interesa lo que siento cuando abro un nuevo poemario, como un tesoro desconocido, esperando encontrar la calma o el desasosiego o cuando recupero esos poemas que ya forman parte de mi, esos que leí siendo yo ese corazón perdido y solitario, esos ojos sin llanto ni lágrimas, esas manos que atizaban carbones encendidos de pasión y deseo, y mis tardes, las tardes infinitas de algún poeta consagrado y mis noches, las noches atormentadas de algún vate olvidado.
Cuando crees que tus sentimientos son únicos, que jamás nadie sintió como tu, que tu felicidad es especial y diferente a la de cualquier ser que haya poblado la tierra o que tu dolor y tristeza son magníficos, extraordinarios por cuanto salen de la normalidad esperada, en esos momentos en que te sientes imprescindible y estas convencido de que el mundo gira a tu alrededor, la poesía te ofrece una inmersión en la humildad, te coloca en tu sitio, antes que tú, otros hombres y mujeres, sintieron y padecieron, lloraron y rieron, tu pena o tu alegría ya ocurrió antes y, más importante aun, ellos supieron contarlo, dejaron el testigo imborrable de su sensibilidad. Y comprendes lo insignificante que eres en el vasto e infinito universo, pequeña mota de polvo entre caminos de piedra y arena.
Porque yo sigo viviendo en la poesía, espero que los poetas sigan descubriendo siempre mis secretos, como, por ejemplo, hoy mismo. Podría usar las palabras de cualquier otro, en mi cabeza saltan los recuerdos de esos cientos de poemas que resolvieron el puzzle de mi alma, o las suyas en otros versos, pero se ilumina la pista central para este poema
de Aleixandre:
"Se querían"
Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.
Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.
Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se siente repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.
Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente sólo.
Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.
Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.
Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.