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La funámbula

Carta violeta en la noche

<h3>Carta violeta en la noche</h3>

Mientras el mensajero cabalgaba a toda velocidad pensaba que la noche no era tan oscura como había pensado, una débil luna se adivinaba entre las nubes. Su mensaje era urgente, el rey estaba al borde de la muerte, y era imprescindible que los documentos que portaba llegaran cuanto antes a su destino. No necesitaba nada más para poder atravesar con el espíritu en paz el umbral de la muerte.
Finalmente, el Mensajero llegó a las puertas del convento. Le esperaban. La Reina, como siempre, había recibido noticias de la agonía de su esposo. Desde su separación, siempre se las había arreglado para mantenerse informada acerca de las acciones y decisiones que tomaba el rey. Por alguna razón, tal vez debido a los años que pasaron juntos, entre ellos se había creado un lazo de unión que no pudo romper su alejamiento. Ella presentía en la distancia los problemas a los que el se tenía que enfrentar, como si pudiera leer sus pensamientos. Cuando tenía estas premoniciones acudía a antiguos servidores que seguían fieles a su reina en pago por la bondad que demostró en otros tiempos. Ellos confirmaban sus temores y le narraban como el rey había tomado esta o aquella decisión.
El mensajero fue conducido a los aposentos de su antigua reina, una celda idéntica a las restantes, apenas un camastro, un crucifijo, una pequeña mesa para escribir pegada a un poyete de la pared que hacia las veces de silla y un reclinatorio para las oraciones. En un rincón había un aguamanil y un ventanuco que ahora en la noche apenas filtraba alguna luz. Al verse en presencia de la que fue se reina se postró ante ella, besando sus manos. Entre ellos no medió ninguna palabra, le extendió el pergamino que el rey escribió de su propia mano, antes de que las fuerzas parecieran abandonarle para siempre.
Ella cogió con devoción el rollo, y con toda parsimonia, sabiendo en el fondo de su corazón que aquel era el mensaje que estuvo esperando durante veinticinco años, se sentó sobre la cama y despidió al mensajero con un gesto de su mano. Cuando hubo salido este y ya estaba a solas, desenrolló el pergamino y comenzó a leer con un profundo suspiro.

"A Su Majestad Lady Ginebra, mi esposa, mi vida:

Han pasado demasiados años. Quizás demasiados como para que recibas este mensaje, o quizás no. Mi mente y mis sueños han acudido a ti durante todo este tiempo, deseando que tú llegaras a ellos, que volvieras en ellos, galopando en el estribo del perdón, pero el rencor....
Me muero, Milady. Mi enfermedad comenzó el mismo día que te vi partir, pero apenas hace un par de horas que he descubierto la causa de mi mal. Merlín ni siquiera supo verlo. Y mi hermana, durante todos estos años, qué ironía, me estuvo advirtiendo. Solía decirme:"Tu salud sólo podrás recuperarla si se cierra la lanzada de la traición que cometieron contra ti. Pero tú sabes que esa herida la has provocado tú. Por lo tanto, no podrá cerrarse nunca, y morirás por ella, porque siempre irá fluyendo tu vida a través de esa llaga abierta".
Y ahora lo entiendo; tú siempre decías que en esta o en otra vida, volveríamos a encontrarnos, y entonces sería tuyo para siempre. Pero yo nunca quise creerte. Yo te quería en esta vida para siempre, no me importaba que hubiera otros mundos, otras vidas, en las que pudiéramos recuperar el tiempo y el espacio perdidos.
Y ahora... aquí me tienes, postrado en este lecho. Quise morir en el mismo jergón donde tantas veces nos amamos, por ver si ante las puertas de la muerte, la fuerza del respeto, del cariño y del arrepentimiento te traían a mí. Pero no has venido, mi Reina, mi Señora, mi Vida...
Probablemente sea el precio que tenga que pagar, después de todo. Yo te empujé al olvido, donde no quería que fueras; y cuanto más te empujaba lejos de mí, más cerca te sentía. Intenté reunir mis fuerzas exiguas para ofrecer a mi reino el esplendor que merecía, y en el fondo, lo único que trataba era de poner a tus pies mis éxitos, con la esperanza de que un día volvieras a llamar a mi puerta, volvieras a ocupar este lecho que tantas veces se llenó de tu presencia en mis sueños.
Pero no volviste. Sin saberlo, el guardián de mi puerta era el guardián de mi rencor. Tus últimas palabras se grabaron a fuego en las paredes del palacio "Yo no necesito estar en el mismo castillo que tú, que ninguno de tus cortesanos. Hay un corazón que late por mí ahí fuera. Lo encontraré."
Nunca supe a ciencia cierta si quería que lo encontraras o no, pero ahora sé que, lo hayas encontrado o no, tu mente y tu mirada vuelven a mí. Sé que nunca fui digno de merecer ni uno solo de los latidos de tu corazón, sé que merecías algo más que el desprecio que te ofrecí cuando te marchaste.
Las fuerzas me fallan, amor mío... apenas puedo sostener la pluma.
Enviaré a un mensajero a que lleve esta carta a tu retiro. Sir Galahad se ofreció voluntario durante todos estos años para traerte de vuelta, pero yo se lo impedí. No habría sabido encontrar las palabras para pedirte perdón.
Mi corazón siempre fue tuyo, Lady Ginebra. Vuelve a por él. Ruego al Señor que se cumpla tu ofrenda de que en otra vida nos encontraremos. Dejo mi despecho y mis celos en ésta, así que espero morir con la dignidad suficiente para entrar en la otra vida limpio de todos mis pecados contra ti, de todas las ofensas contra mí, para poder encontrarte, y ser tuyo para siempre.
Con todo mi amor.

Arturo, rey de Camelot, reino sin reina, paz sin descanso"

8 comentarios

Vere -

Y Tennison,¿te gusta?
Then on a sudden a cry, ‘The King.’ She sat
Stiff-stricken, listening; but when armed feet
Through the long gallery from the outer doors
Rang coming, prone from off her seat she fell,
And grovelled with her face against the floor:
There with her milkwhite arms and shadowy hair
She made her face a darkness from the King:
And in the darkness heard his armed feet
Pause by her; then came silence, then a voice,
Monotonous and hollow like a Ghost’s
Denouncing judgment, but though changed, the King’s:

Herri -

Una pena que no andara por allí Sir Lancelot du Lac, aquel trío sí que era un culebrón.
Con tanta versión me volví a confundir.

ladydark -

Vailima ¿ves como no puedo dejar de envidiarte? jajaja. Un abrazo.
Doña Gata si se veía a través los ojos de Arturo, seguro :)
anarkasis, descreido jajaja
No surrender hay que arriesgarse para ganar, aunque a veces nos toque perder.
Rain siempre tienes alguna bella palabra en la punta de tus dedos, gracias, un beso.

Rain -

LadyDark, esa fineza que identifica tus posts, es la que aproxima al que llega aquí, a lo que en tu cuaderno, nos ofreces. Como este amor de nobles, uno en su lecho de muerte y otro, una reina exiliada.

Abraxo.

No Surrender -

Ay Ginebra, Ginebra... con lo bien que estabas en casita, antes de conocer a Lanzarote ;)

anarkasis -

espero que Ginebra llegara a tiempo de agarrar por los güevos al "buena hermandad entre jóvencitos a mi lado"
Arturo, y le dijese:
- ¿Duele, amor?

gatavagabunda -

Y seguro que leyendo esa carta Ginebra aún seguía joven y bella pese al mucho tiempo transcurrido...

Vailima -

Creo que leo estas obras de la saga artúrica desde que tengo uso de razón porque transportaban, a una niña con mucha imaginación, a un mundo donde imperaban amor, honor, valentía y lealtad. Recuerdo esas pagas de domingo no gastadas y amontonadas en mi cajón para adquirir los primeros ejemplares en Alfaguara y Siruela, en Alianza y otras que ahora no recuerdo. Esa niña era Ginebra o la Dama del Lago o cualquier otra doncella quien tarde o temprano encontraría su caballero.
Y vino un día a rescatarla y la encontró.